Antes de que se creara el mundo, antes de que empezara todo, no había nada, salvo UN SER. Este ser era un Vacío sin nombre y sin límites, pero era un Vacío vivo, que albergaba potencialmente en él la suma de todas las existencias posibles.
El Tiempo infinito, intemporal, era la morada de este Ser-Uno.
Se dotó de dos ojos. Los cerró, y la noche fue engendrada. Los volvió a abrir, y entonces nació el día.
La noche se encarnó en Lewrou, la Luna. El día se encarnó en Na'ngué, el Sol. El Sol se casó con la Luna y tuvieron a Doumounna, el Tiempo temporal divino. Doumounna le preguntó al Tiempo infinito con qué nombre debía invocarlo y éste le respondió: «Llámame Guéno, el Eterno».
Guéno quiso que lo conocieran. Quiso tener un interlocutor. Entonces creó un Huevo maravilloso con nueve divisiones, e introdujo en ellas los nueve estados fundamentales de la existencia.
Después confió el Huevo al Tiempo Temporal, Doumounna. «Incúbalo con paciencia –le dijo–. Y de él saldrá lo que saldrá.»
'Genealogía mítica de Njeddo Dewal - según la cosmogonía del Mandé' (fragmento)
en "Cuentos de los sabios de África"
comp. Amadou Hampaté Ba
trad. Alicia Capel Tatjer
ed. Paidós (2010)
No hay comentarios:
Publicar un comentario