viernes, 25 de agosto de 2017

sobre mí






   Mas al atravesar Príamo y el heraldo la llanura, no dejó de advertirlo el largovidente Zeus, que vio al anciano y se compadeció de él. Y llamando en seguida a su hijo Hermes, le habló diciendo:
   "¡Hermes! Puesto que te es grato acompañar a los hombres y oyes las súplicas del que quieres, anda, ve y conduce a Príamo a las cóncavas naves aqueas, de suerte que ningún dánao le vea ni le descubra hasta que haya llegado a la tienda del Pelida".
   Así habló. El mensajero Argifontes no fue desobediente: (...) llegó muy pronto a Troya y al Helesponto y echó a andar, transfigurado en un joven príncipe a quien comienza a salir el bozo y está graciosísimo en la flor de la juventud.
   Cuando Príamo y el heraldo llegaron más allá del gran túmulo de Ilo, detuvieron las mulas y los caballos para que bebiesen en el río. Ya se iba haciendo noche sobre la tierra. Advirtió el heraldo la presencia de Hermes, que estaba junto a él, y hablando a Príamo dijo:
   "Atiende, Dardánida, pues el lance que se presenta requiere prudencia. Veo a un hombre y me figuro que al punto nos ha de matar. Ea, huyamos en el carro, o supliquémosle, abrazando sus rodillas, para ver si se compadece de nosotros".
   Así dijo. Turbóse al anciano la razón, sintió un gran terror, se le erizó el pelo en los flexibles miembros y quedó estupefacto. Entonces el benéfico Hermes se llegó al viejo, tomóle por la mano y le interrogó diciendo:
   "¿Adónde, padre mío, diriges estos caballos y mulas durante la noche divina, mientras duermen los demás mortales? ¿No temes a los aqueos, que respiran valor, los cuales te son malévolos y enemigos y se hallan cerca de nosotros? Si alguno de ellos te viera conducir tantas riquezas en esta oscura y rápida noche, ¿qué resolución tomarías? Tú no eres joven, éste que te acompaña es también anciano, y no podríais rechazar a quien os ultrajara. Pero yo no te causaré ningún daño y, además, te defendería de cualquier hombre, porque te encuentro semejante a mi querido padre".
   Respondióle el anciano Príamo, semejante a un dios:
   "Así es, como dices, hijo querido. Pero alguna deidad extiende la mano sobre mí, cuando me hace salir al encuentro un caminante de tan favorable augurio como tú, que tienes cuerpo y aspecto dignos de admiración y espíritu prudente, y naciste de padres felices".















Homero (c. siglo VIII a. C.)
del Canto XXIV, 'Rescate de Héctor' (fragmento)
en "La Ilíada"
trad. Luis Segalá y Estalella
ed. Losada (1971)

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