El rey Asoka llegó a un lago, cerca del cual había una torre. Pensó destruirla para edificar otra más alta. Un brahmán lo hizo penetrar en la torre y, una vez adentro, le dijo:
–Mi forma humana es ilusoria, soy realmente un Naga, un dragón. Mis culpas hacen que yo habite este cuerpo espantoso, pero observo la ley que ha dictado el Buddha, y espero redimirme. Puedes destruir este santuario, si te crees capaz de erigir otro que sea mejor.
Le mostró los vasos del culto. El rey los miró con alarma, porque eran muy distintos de los que fabrican los hombres, y desistió de su propósito.
fragmento de "Nagas"
en "El libro de los seres imaginarios"
de J.L. Borges y Margarita Guerrero
ed. Bruguera (1981)
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