miércoles, 29 de julio de 2015

óvalo








   El año 356, en la noche del 21 de julio, la luna no se había levantado en el cielo y el deseo de Eróstrato había cobrado una fuerza tan inusitada que resolvió violar la cámara secreta de Artémis. Se deslizó entonces por el camino de la montaña hasta la orilla del Caistro y trepó los escalones del templo. Los sacerdotes guardianes dormían junto a las lámparas santas. Eróstrato tomó una y penetró en la nao. 
   Aquello exhalaba un fuerte olor a aceite de nardo. Las aristas negras del techo de ébano resplandecían. El óvalo de la cámara estaba dividido por la cortina tejida con hilo de oro y de púrpura que ocultaba a la diosa. Eróstrato, jadeante de voluptuosidad, la arrancó. Su lámpara alumbró el cono terrible de tetas erectas. Eróstrato las tomó con las dos manos y besó con avidez la piedra divina. Después dio una vuelta alrededor de ella y advirtió la pirámide verde donde estaba el tesoro. Tomó los clavos de bronce de la puertecita y la arrancó. Hundió sus dedos en las joyas vírgenes. Pero sólo tomó el rollo de papiro en el cual Heráclito había inscripto sus versos. Al resplandor de la lámpara sagrada los leyó y supo todo.
   Enseguida exclamó: «¡El fuego, el fuego!».













Marcel Schwob (1867-1905)
fragmento de "Eróstrato"
en "Vidas Imaginarias"
trad. Julio Pérez Millán
ed. Hyspamérica (1985)


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