La vida en el interior del arca de Noé distaba de ser apacible. Ni Noé ni sus hijos tenían un momento de descanso, pues algunos animales estaban habituados a comer a primera hora del día o de la noche; otros, en la segunda, tercera, cuarta, o más tarde aún, y cada uno esperaba el pienso que le correspondía: el camello necesitaba paja; el asno, centeno; el elefante, sarmientos, y el avestruz, vidrios rotos. Más de una vez Noé suplicó morir para librarse del hedor de los leones, los osos y las panteras.
En cuanto al camaleón, nadie sabía cómo alimentarlo hasta que, abriendo por casualidad una granada, salió de ella un gusano que el camaleón devoró hambriento. Al ver que el fénix se había acurrucado en un rincón, Noé le preguntó: «¿Por qué no has pedido comida?». «Señor –contestó–, tu familia está bastante ocupada y no quiero causarte molestias». «¡Quiera Dios que nunca mueras!», fue la bendición que le dijo Noé, y que Dios atendió.
'El fénix'
de "Los mitos hebreos"
Robert Graves y Raphael Patai
cit. en "El libro de los seres alados"
Daniel Samoilovich
ed. 451 (2008)
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