domingo, 16 de julio de 2017

lunación poética






   Medianoche plenilunar. Las tablillas que no se cantaban servían para encender el fuego de los murciélagos, fuego que convertía en ceniza fugaz los poemas rechazados por visibles invisibles agoreros reunidos en un baño de leche blanca, y, mientras consumíanse maderas, pinturas, jeroglíficos, entre llamas de colores y oros de miniaturistas, los Mascadores de Luna que no habían conseguido en esa lunación poética, la faz de Cosanguíneos de los Dioses, la faz de Flechadores de Cantos de Guerra, la faz de Señores del Espejo que Cambia, internábanse en los bosques a componer nuevos cantos, y a pintar nuevas tablillas con sangre sonora de pájaros gorjeantes, cascabeles de burbujas de agua, resinas mágicas, tierras de colores y polvo de piedras imantadoras de pensamientos con música, usoabusando del amarillo-maíz en sus himnos religiosos, del rojo-sangre en sus canciones guerreras, del verde-tierra y el azul-cielo en sus cantares amorosos, entre el cielo y la tierra el amor cabía entero, y no volvían a las ciudades ceremoniales, sino pasado el interlunio, con poemas recién pintados, fragmentos frescos de la estera de palabras sin precio, más larga que la vida de todos los hombres, de todos los pueblos, tejida con la lengua de las pequeñas gentes y las grandes tribus, las sedentarias y las trashumantes que cantaban misteriosamente con los pies de sus poetas de plantas tatuadas de signos astrológicos. Detrás de las tribus que se iban obedeciendo la lógica de los astros, los pies de sus poetas dejaban la cauda de su poesía estampada en el polvo del camino.















de 'Leyenda de las tablillas que cantan' (fragmento)
en "Leyendas de Guatemala"
Miguel Angel Asturias (1899-1974)
ed. Salvat (1970)  

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