(...) Pero su verdadera pasión, como la de Sherlock Holmes en sus últimos años, era la apicultura. Durante la entrevista se excusó en dos ocasiones para dirigirse a las colmenas que estaban ubicadas en hileras bajo los jacarandás y allí, entre los zumbidos, llevaba a cabo ciertos rituales que yo no entendía. A las abejas les hablaba en vasco. Cuando respondía a mis preguntas lo hacía en castellano y con muchos ademanes; con las abejas sus movimientos eran suaves, y también su voz. Me dijo que su zumbido le recordaba el ruido del agua al caer. Parecía no sentir ningún temor de que lo picaran. «Cuando se recoge la miel –me explicó–, siempre hay que dejar un poco para la colmena. Los recolectores industriales no lo hacen y las abejas se resienten y se vuelven avaras. Las abejas responden a la generosidad con generosidad». Le preocupaba que muchas de sus abejas estuvieran muriéndose y acusaba a las granjas colindantes de utilizar pesticidas que mataban no sólo a las abejas sino también a los ruiseñores. Fue él quien me dijo que, cuando un apicultor muere, alguien debe ir a decirles a las abejas que su cuidador se ha ido para siempre.
Alberto Manguel
[recordando a Domingo Jaca Cortejarena]
en "Una historia natural de la curiosidad"
trad. Eduardo Hojman
ed. Siglo Veintiuno (2016)
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