jueves, 1 de junio de 2017

incontables predecesores







Para que se despliegue al infinito el conocimiento del mundo, se necesitan los caminos o los senderos, memoria tallada en la misma tierra, huella en las nervaduras del suelo de los innumerables caminantes que recorrieron los lugares en el curso del tiempo, una suerte de solidaridad de los hombres anudada en el paisaje. El camino une la fila infinita de las generaciones. Un caminante sigue siempre los pasos de sus incontables predecesores. A veces hay que buscar las huellas dejadas por los últimos caminantes cuando la hierba y las ramas ya cubrieron el espacio, uno mismo tiene que participar en el trabajo de impresión del suelo para indicar la vía al siguiente. Los senderos no siempre están bien señalados o son reconocibles. Los recorridos en ocasiones se hacen a ojo de buen cubero si el espesor de la vegetación no lo impide. La huella en el suelo depende del número de caminantes que pasaron por allí. Cada hombre o mujer, desde la infancia, deja la marca de su aliento y de sus pasos. El camino es una forma de comunicación no solo en el espacio sino también en el tiempo. Allí está la infinitesimal firma de cada caminante, indiscernible. Porque tal es la humildad del camino mil veces recorrido: inscribir la huella al tiempo que se la disimula a la mirada.


















David Le Breton
'Caminos' (fragmento)
en "Caminar - Elogio de los caminos y de la lentitud"
trad. Victor Goldstein
ed. Waldhuter (2014)

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